Oh gloriosísimo
San Miguel Arcángel, príncipe y caudillo de los ejércitos celestiales,
custodio y defensor de las almas, guarda de la Iglesia, vencedor, terror
y espanto de los rebeldes espíritus infernales. Humildemente te
rogamos, te digne librar de todo mal a los que a ti recurrimos con
confianza; que tu favor nos ampare, tu fortaleza nos defienda y que,
mediante tu incomparable protección adelantemos cada vez más en el
servicio del Señor; que tu virtud nos esfuerce todos los días de nuestra
vida, especialmente en el trance de la muerte, para que, defendidos por
tu poder del infernal dragón y de todas sus asechanzas, cuando salgamos
de este mundo seamos presentados por tí, libres de toda culpa, ante la
Divina Majestad. Amén.
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